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Sobre el caso de Serena Williams y la cuestión de la ira femenina

La tenista pierde la final del US Open en un polémico partido en el que fue duramente sancionada, y abre el debate sobre el sexismo en el deporte

Serena Williams y Naomi Osaka tras la final del US Open.

Gtres Online

El conflicto entre Serena Williams y el juez de silla de la final del US Open que la tenista disputó y perdió contra la triunfadora Naomi Osaka está muy lejos de la dimensión rectangular de la cancha de tenis. De hecho, y en este punto de la polémica y de la conversación colectiva desatada en redes sociales, ya tiene poco que ver con el tenis y con su reglamento, sino con la respuesta social a los hechos que la generaron.

Puede que en un deporte de estrictos códigos de conducta, nos impacte por inhabitual cualquier tipo de confrontación verbal con el árbitro. Sin embargo, algunos colegas de Williams de la categoría masculina, como James Blake y Andy Roddick, han salido en defensa de la tenista y admitido haber hablado en peores términos a los jueces. Ellos coinciden con otras mujeres tenistas, como la histórica Billie Jean King, en el hecho señalado por Williams de que hubo un factor sexista implicado en las duras sanciones impuestas por Carlos Ramos, pese a que estas se ajustaran al reglamento.

Pero aunque esta discusión pueda discurrir en varios sentidos y opiniones en lo deportivo, sobre lo inflexible o pertinente de la decisión arbitral o la gravedad de las acusaciones vertidas por Williams a Ramos (a quien llamó “ladrón” y demandó una disculpa por acusarla de recibir consejo desde el banquillo), el caso particular del US Open nos sirve para poner sobre la mesa una cuestión todavía afectada por el machismo: el derecho a la ira femenina.

Las primeras respuestas mediáticas a la polémica tildaron las protestas de Williams de “rabieta” o “pataleta”, infantilizando el enfado de la tenista que se disputaba la final. Los diarios más relevantes la calificaron de “diva” y la acusaron de “montar un circo”. La elección de términos en la prensa, -que en Estados Unidos además incorporaron un tono racista (utilizando el término de angry black woman)- invita a preguntarse si las protestas de los deportistas masculinos a los árbitros se expresan con un vocabulario semejante en los medios, o si por el contrario en el caso de Williams hubo una explícita condescendencia o paternalismo a la hora de transmitirlo.

¿Tenemos las mujeres derecho a enfadarnos? ¿A defender lo nuestro con una dosis de fiereza? ¿A mostrar oposición cuando las decisiones externas nos perjudican? ¿O sólo está socialmente aceptada la ira en los hombres? Responder al catcalling por la calle, defenderse o enfadarse en el trabajo, el metro, conduciendo, va para nosotras a menudo asociado a “perder los papeles”. El riesgo de que te califiquen de histérica, amargada, o que alguien se pregunte si tienes la menstruacción está siempre ahí, como una norma casi infalible. Sin embargo, un cierto grado de agresividad y fiereza a la hora de defender los intereses propios es socialmente aceptado como algo natural en los hombres, incluso sano, y es hora de pensar en ello, discutirlo juntos. ¿Podemos mostrar cierta ira las mujeres, elevar la voz, ser tajantes e incisivas a la hora de escoger términos cuando nos jugamos algo -en el caso de Williams, literalmente, una final- o hemos de expresarnos siempre en términos dóciles y sumisos? ¿Está la rabieta en nuestras acciones o en aquél que las califica como tal?

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